Pero debe tener la sensibilidad para advertir cuáles son los elementos y situaciones que generan los excesos.
Por Adolfo Zaldívar, Presidente del Senado
Presidente del Senado, Adolfo Zaldívar
Con ocasión de la celebración internacional del Día del Trabajo y los últimos sucesos ocurridos en nuestro país, en el ámbito de las relaciones laborales, cabe preguntarse ¿que hemos hecho mal para tener los niveles de conflictividad actuales?
Lo primero es puntualizar que más allá de una deficiente legislación laboral, de la pérdida de vigencia de los sindicatos en los términos tradicionales a nivel global, de algunas prácticas patronales indebidas, no corresponde legitimar el uso de la violencia como una forma de corregir lo existente y menos si con tales procedimientos se provocan enfrentamientos entre los propios trabajadores.
Ese camino debe rechazarse de plano por todos los actores de la sociedad chilena y de manera especial por los partidos políticos y cada uno de sus dirigentes; no corresponden dobles discursos y menos tratar de instrumentalizar las legítimas demandas de los trabajadores públicos y privados para fines políticos subalternos.
Es una realidad innegable que los chilenos y chilenas demandan más empleos y mejores remuneraciones y en el caso de los adultos mayores jubilaciones dignas.
La autoridad debe antes que nada mantener e imponer el orden, pero también debe tener la sensibilidad para advertir cuáles son los elementos y situaciones que generan los excesos.
Tener en cuenta esa ecuación es la que permite a un país canalizar sus problemas y necesidades.
Muchas veces he dicho y lo reitero en esta ocasión que la gran falla estructural que presenta Chile, desde hace ya muchos años, es la mala distribución del ingreso y la concentración de la riqueza. Cabe recordar que las iglesias y la Católica en particular han levantado su voz sobre este mismo punto, teniendo un rol muy determinante en dicha demanda Monseñor Goic.
Lo peligroso de no tomar conciencia de lo anterior es que se puede tirar por la borda los avances que se han logrado. Si dejamos que la lucha de clases vuelva a tener justificación, si permitimos que nuevamente sea el resentimiento y el odio el que condicione nuestras relaciones sociales, laborales, culturales y políticas, no habremos aprendido nada de la historia, de nuestra historia.
Lo delicado del conflicto actual es que el Estado a través de su más importante empresa está en medio de éste y sienta un precedente funesto al no saber dirimirlo.
Es un pésimo ejemplo y coloca en una muy mala posición a todo el sector empresarial, ya que no se distingue a los buenos de los malos empresarios. No se protege a la pequeña y mediana empresa cuya existencia y subsistencia tiene directa relación con las grandes empresas.
La mayor reflexión en esta fecha debiera estar centrada en cómo asegurando el orden y la certeza jurídica del trabajo y la propiedad, buscamos terminar con las causas profundas que han permitido este grave nivel de desencuentro. Todos tenemos responsabilidad, todos debiéramos colaborar a desactivar esta verdadera bomba social que hemos permitido se instale entre nosotros, unos por egoístas, otros por obtusos y otros por intereses políticos mezquinos. Apostemos por el diálogo entre nosotros.
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